BIOGRAFÍA
Jorge García vive y trabaja en Madrid. Instalaciones, vídeos, fotogra:as, dibujos u objetos desde todas las dimensiones posibles, son el recurso más habitual en la formalización de su obra. Sus propuestas abordan el diálogo entre individuo, arte, estructuras sociales y coyuntura histórica como eje central de su discurso.
Su relevancia en el escenario artístico internacional ha sido notable, con exposiciones que se han extendido por distintos países del continente americano, como Colombia, México, Perú, Cuba y Estados Unidos. Además, ha participado en eventos destacados en Europa, tales como la Bienal de Venecia o el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Lisboa. Estos espacios han funcionado como plataformas para su trabajo creativo y han contribuido a expandir su influencia a nivel global.

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Bardana común, 2025
Hierro reciclado y spray / 70 x 34 x 35 cm
LAS FLORES DEL PARAISO
(ADRIANA BERGES & JORGE GARCIA)
Acercarnos actualmente desde las prácticas artísticas a cómo comprendemos los registros florales como quien observa un espacio donde la naturaleza se manifiesta en su mayor esplendor, aquello que denominábamos “naturalezas muertas o bodegones”, es un recurso que pudiera resultar evasivo, esquivo, incluso distractivo podría decirse, para desconcentrarnos de lo que realmente importa, el vivir intensamente en esta sociedad paliativa y comunitaria, sectaria, estaría más bien decir, en tanto que cada día es más extrema en sus nociones de clasismo y sus tintes socio-racistas, o deberíamos argüir tinten socio-páticos quizás.
A no ser que esa aproximación venga perfilada por una mirada crítica hacia cómo concebimos la flor como un elemento significante que dota a su representación como engañoso signo amatorio, pues sobre sexualidad y reproducción vegetal, va su existencia.
Este apunte dota a la flor de una nueva condición de la que ahora somos conscientes, de su estatus de carnada, de trampa botánica donde la seducción media; y esa realidad la trasmuta en otra cosa, en artefacto estético natural que con su belleza nos subyuga.
Para indagar como convivimos con otra subyugación, la que tenemos ante el uso casi obligatorio de las pantallas, la pintura de la artista madrileña Adriana Berges se enfrenta al hecho pictórico cuestionando las nuevas nociones que tenemos ante el color y su uso como signo detonante del lenguaje visual, ahora que todas nuestras miradas están retro-iluminadas por la planimetría refractaria de lo digital.
Tras años de búsquedas y estudios sobre cómo nos ha afectado este supuesto avance tecnológico, y tras años de residencia en el nórdico paisaje noruego, estas investigaciones culminaron en una tesis de doctorado que le valió a la artista un prestigioso Cum Laude; después del cual, Adriana ha podido regresar a la pintura desde una mirada más amable, relajada, volvió a la pintura de una manera disfrutona, sin responsabilidades discursivas, ni florituras formalistas, aunque -curiosamente- pintando flores. Flores abstraídas, fragmentadas por una mirada pictórica que la elegido como experiencia placentera, como utópico registro de un jardín ideal, un jardín nostálgico que replica las memorias fractales de los fríos paisajes norteños, evocados desde la calidez madrileña, ahora.
Una calidez madrileña que el artista capitalino Jorge García1, igual conoce al dedillo, y por eso, la enfría. La artificializa exageradamente, casi barroquizándola en sus post-industriales y ultrasintéticas obras foto-objetuales. Ya sé que suena raro, pero es que eso es lo que hace, cuando el madrileño metaliza la mirada en un espejeante rosado que la invade y luego lo entinta con impresiones fotográficas de alto contrate, de flores secas, cactus o cardos. Donde la belleza rosa, de ese color que todo lo ablanda o añoña y que tan de moda ha puesto el nuevo arte millenials, es invadida gráficamente por imágenes espinosas que nos hieren la retina.
Como si García pretendiera industrializar el reflejo de nosotros mismos, recordándonos que todo se marchita, todo desaparece, todo muere, o lo contrario, bello tú mientras la muerte te rodea o te brota de dentro, porque el humano es un animal vírico, expansivo, tóxico. Así como tóxico es el chillón y violento color fucsia de sus alambradas, sus yaquis de metal, que imitan pequeñas miniaturas de esas estructuras metálicas y de madera de grandes dimensiones que se usan para obstaculizar las tropas de tierra de las guerras convencionales, esas mismas que están a punto de desaparecer desplazadas por la guerra panhumana de las máquinas. Esta vez, cuidando nuestro espacio interior, hogareño, doméstico, nuestro soñado jardín de esculturas violentas, bellas pero dañinas si te descuidas ante sus filosos pétalos y pistilos metálicos2.
Y puede que ambas miradas completen un jardín imaginario de un mañana postapocalíptico, en el cual una nueva era arqueológica, queda inaugurada con esta entrega, la entrega de otra ofrenda, otro jardín imposible, como imposible siempre es soñar con nuestras “flores del paraíso”.
Omar-Pascual Castillo
Madrid, España
Otoño, 2025.

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Metacrilato e impresión acrílica / Dimensiones variables

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Cardo, 2025
Metacrilato e impresión acrílica / 76,5 x 51,5 cm
